Hora: 0:01
Algo parecía escabullirse marcha abajo por la chimenea emitiendo gimoteos intermitentes. Él había llegado.
Pronto un objeto de grandes dimensiones se asomaba campante y sacudiéndose el hollín del traje rojo.
— ¡JO JO JO!... —su carcajada casi gutural retumbaba en la habitación dominada por las sombras— ¡¡Feliz Navidad para todos!!!.
Las luces de los fuegos artificiales multicolores relampaguean en el exterior de la mano de la ensordecedora algarabía de docenas de voces que gritaban y festejaban, muchas con acento alcohólico.
— ¡Que espléndida noche! —el obeso anciano sostenía una inmensa bolsa que sujetaba fuertemente con una mano mientras que con la sobrante acariciaba su blanca barba— ¡traje muchos regalos!... pero ¿donde está el arbolito?.
La escena se iluminó de repente, y el canoso se cubrió con ambas manos los ojos por reflejo, dejando caer su bolsa.
— Te estaba esperando... —una voz sosegada se escucho desde muy cerca— no vas a encontrar ningún pinito iluminado, ¡ni siquiera una puta rama!.
Cuando el adiposo se hubo quitado las manos de los ojos, pudo ver a un joven de párpados oscuros y pálida piel vestido entero de luto, sentado junto a la mesa a escasos metros suyos.
— OH, disculpa mi vocabulario, es que estoy muy emocionado por finalmente haberte conocido —se disculpó el joven con su vista perdida en una copa con champagne que sostenía con la mano izquierda— ...he esperado este momento durante muchos años.
El anciano recogió la bolsa del suelo con nerviosismo.
— Yo... yo ya me iba, solo iba a dejar unos presentes, eso es todo —explicó el viejo tartamudeando— a... aca te lo dejo ¿sí?, hasta luego.
Dio unos pasos hacia la estufa luego de arrojar temerosamente un regalo al suelo, pero el joven se interpuso en un ágil movimiento.
— ¿Ya te vas?, pensé que podríamos tener una charla.
— Es que tengo muchas casas por visitar, ya sabes, el país es grande...
— No, en realidad este país es muy chiquito, es solo un pequeño grano en el inmenso culo del mundo.
— Pero yo debo recorrer todo el culo... quiero decir mundo, tengo que recorrer todo el mundo.
— Uh... que lástima, tenía tantas esperanzas de poder brindar contigo, mira serví una copa para vos —dijo el joven apuntando una segunda copa sobre la mesa— solo un traguito ¿sí?.
— Es que... es que... yo no puedo beber alcohol, tengo que conducir. Además es mala publicidad, si alguien llegara a enterarse...
— Vamos... tenes a ese reno de la nariz roja para que te conduzca... ¿cómo se llama?... ¿Robert?, ¿Rolo?...
— Rudolf...
— Ese mismo... date el gusto, solo un trago, y luego seguís tu marcha.
— Pero es que no deb...
— ¡Tomá carajo!.
— Esta bien, esta bien —murmuró el viejo enrollándose como si temiera ser golpeado.
El joven guió al robusto cano a la silla sujetando fuertemente sus hombros. Luego le arrimó la copa con champagne.
Salud... —dijo el anciano, listo ya para beber ese trago y largarse.
— No no no no... —el joven tomó su regordeta mano vigorosamente impidiendo que la copa llegara a sus labios— No se puede brindar por nada, tenemos que proponer un brindis por algo.
— Este... mmmm... por... no sé... porque el año próximo sea prospero y la paz reine en el mundo, eso —propuso el viejo.
— ¡¡NO!!... —exclamó el joven— tiene que ser algo importante, como por ejemplo: Porque una plaga selectiva erradique el movimiento plancha de la faz de la tierra y que mis enemigos, y a los tuyos también por supuesto, agonicen dolorosamente implorando segundos de alivio antes de perecer desangrados a causa de las múltiples mutilaciones provocadas por sicarios contratados por nosotros con el dinero que ganaremos durante el próximo prospero año nuevo... y... también por la paz mundial.
El viejo enmudeció mientras su semblante palidecía del terror.
Ahora sí, ¡¡Salud!!... —dijo el joven.
Sa... sa... salud —repitió el viejo.
Ambos bebieron, el joven haciendo fondo blanco y el viejo solo humedeciendo los labios con el alcohol.
— Ah no viejito, usted se la toma toda —dijo el muchacho mientras obligaba a la fuerza al anciano a beber— eso eso...
El viejo luchaba para no ahogarse mientras el champagne corría por su garganta como un torrente.
— Así me gusta —sonrió el joven— ahora sí, puede irse en paz mi estimado.
Por un momento cierto alivio se apoderó del anciano al saber que estaría libre de esa tortura. Pero al intentar levantarse, notó que la habitación comenzaba a dar vueltas y perdió el equilibrio volviendo a caer en la silla.
— ¿Qué... que pasa? —preguntó el anciano.
— Ah no te conté... le puse un somnífero al champagne, no te preocupes, en pocos minutos vas a estar inconsciente y no vas a sentir nada...
—¿No voy a sentir nada... nada de que, que me vas a hacer?
Nuevamente el pavor se adueñó de su mente.
—Vos dormí tranquilo abuelito... ya te vas a dar cuenta cuando despiertes, jmjmjmjm...
Pronto la oscuridad tiñó su vista, y perdió la sensibilidad de su cuerpo. Pero pudo escuchar lejanamente por ciertos segundos la risa penumbrosa de aquel joven. Luego la inconsciencia arribó.
Recobró la vista y la sensibilidad gradualmente. No sabía cuanto tiempo había pasado, ni siquiera era capaz de darse cuenta de si aquello que recordaba fue tan solo un mal sueño. Pero al mirar alrededor notó aterrorizado que su pesadilla se había vuelto realidad.
Se encontraba en una húmeda y oscura habitación, desprovista de ventanas y puertas, sin ductos de ventilación visibles. Palpó su cuerpo en busca de heridas, solo para darse cuenta de que estaba completamente desnudo.
También pudo percibir en el ambiente un hedor pútrido, que al despertar no había notado. Se levantó del rincón en el cual se encontraba e intento caminar hacia el otro extremo de la habitación, pero tropezó con un objeto y se desplomó al suelo sin remedio. Tanteó el piso buscando la “cosa” con la que se había topado. Era un objeto de una consistencia desagradable, extraña mezcla entra sólido y gelatinoso. Llevó sus dedos cerca de la nariz para olfatear casi sin darse cuenta. El hedor provenía de ese “objeto”, ese hedor repugnante procedía de “eso”.
En ese momento una luz penetro desde el techo, cegándolo por segundos. Entonces pudo ver lo que era esa cosa.
— Dios santo ¡¡¡un cadáver!!!!. —exclamó.
Pero no era simplemente un cadáver, era el cuerpo sin vida de Baltasar, el tercer rey mago, el moreno, el que dos años antes había desaparecido misteriosamente.
— Mira más allá —la voz del joven se escuchó en lo alto— talvez veas algo más.
El anciano obedeció casi sin quererlo y pudo ver también, otro cuerpo, uno mucho más pequeño a unos pasos del cuerpo del negro Baltasar.
¿Pe... Pérez?...
— El mismo que nunca me dio un mísero centavo por mis dientes de leche. —explicó el joven— y usted señor... correrá la misma suerte.
— ¿Yo por qué yo, qué te he hecho? —cuestionó Santa entre llantos.
— ¡¿Y tenés el descaro de preguntármelo?! —rugió el joven— ¿te parece poco el que año tras año lo único que encuentro en el arbolito son un par de medias de colores o ropa interior, o sino uno de esos lásers boludos que vienen con llavero?... ¡¡¿te parece poco la puta madre?!!... ¡¡¡viejo de mierda mira!!!, ¿qué te cuesta dejarme una tarjeta de memoria para la pc, o algún CD original de lacrimosa, o una puta caja de Lucky Strike que es mas útil que esas mierdas que siempre me dejas?... ¿sabes que?, no me caliento mas, vos te vas a ahogar en tus propios jugos rancios como tus amiguitos de ahí... pero mira el lado bueno, no te vas a sentir solo.
La voz del joven se alejaba entre insultos mientras la luz del techo desaparecía. El viejo Papa Noel se mantenía estupefacto, aun sin creer por lo que estaba pasando. Observó de nuevo los cuerpos exánimes de sus camaradas, imaginando su propio cuerpo siendo devorado por larvas de mosca.
Pero la luz del techo apareció nuevamente y el joven habló una última vez.
— Casi lo olvidaba, hoy es 25 de diciembre, y puedo decir que un poco de espíritu navideño conservo, así que, he aquí mi regalo, para vos con cariño.
El joven dejó caer un objeto cerca del anciano. El viejo se arrimó para ver que era.
Un revolver. Oportuno e irónico paralelamente
El anciano entendió que talvez una muerte repentina fuera mejor que otra a largo plazo motivada por el hambre. Entonces sostuvo el arma temblorosamente y se apunto a la sien lloriqueando. Jaló el gatillo, pero nada paso, solo el chasquido que demostraba que el revolver estaba descargado.
— Ah sí, —aclaró luego el joven— no me dio la plata para las balas, ¿lo dejamos para el año que viene?... jmjmjm... Feliz Navidad.
Pronto un objeto de grandes dimensiones se asomaba campante y sacudiéndose el hollín del traje rojo.
— ¡JO JO JO!... —su carcajada casi gutural retumbaba en la habitación dominada por las sombras— ¡¡Feliz Navidad para todos!!!.
Las luces de los fuegos artificiales multicolores relampaguean en el exterior de la mano de la ensordecedora algarabía de docenas de voces que gritaban y festejaban, muchas con acento alcohólico.
— ¡Que espléndida noche! —el obeso anciano sostenía una inmensa bolsa que sujetaba fuertemente con una mano mientras que con la sobrante acariciaba su blanca barba— ¡traje muchos regalos!... pero ¿donde está el arbolito?.
La escena se iluminó de repente, y el canoso se cubrió con ambas manos los ojos por reflejo, dejando caer su bolsa.
— Te estaba esperando... —una voz sosegada se escucho desde muy cerca— no vas a encontrar ningún pinito iluminado, ¡ni siquiera una puta rama!.
Cuando el adiposo se hubo quitado las manos de los ojos, pudo ver a un joven de párpados oscuros y pálida piel vestido entero de luto, sentado junto a la mesa a escasos metros suyos.
— OH, disculpa mi vocabulario, es que estoy muy emocionado por finalmente haberte conocido —se disculpó el joven con su vista perdida en una copa con champagne que sostenía con la mano izquierda— ...he esperado este momento durante muchos años.
El anciano recogió la bolsa del suelo con nerviosismo.
— Yo... yo ya me iba, solo iba a dejar unos presentes, eso es todo —explicó el viejo tartamudeando— a... aca te lo dejo ¿sí?, hasta luego.
Dio unos pasos hacia la estufa luego de arrojar temerosamente un regalo al suelo, pero el joven se interpuso en un ágil movimiento.
— ¿Ya te vas?, pensé que podríamos tener una charla.
— Es que tengo muchas casas por visitar, ya sabes, el país es grande...
— No, en realidad este país es muy chiquito, es solo un pequeño grano en el inmenso culo del mundo.
— Pero yo debo recorrer todo el culo... quiero decir mundo, tengo que recorrer todo el mundo.
— Uh... que lástima, tenía tantas esperanzas de poder brindar contigo, mira serví una copa para vos —dijo el joven apuntando una segunda copa sobre la mesa— solo un traguito ¿sí?.
— Es que... es que... yo no puedo beber alcohol, tengo que conducir. Además es mala publicidad, si alguien llegara a enterarse...
— Vamos... tenes a ese reno de la nariz roja para que te conduzca... ¿cómo se llama?... ¿Robert?, ¿Rolo?...
— Rudolf...
— Ese mismo... date el gusto, solo un trago, y luego seguís tu marcha.
— Pero es que no deb...
— ¡Tomá carajo!.
— Esta bien, esta bien —murmuró el viejo enrollándose como si temiera ser golpeado.
El joven guió al robusto cano a la silla sujetando fuertemente sus hombros. Luego le arrimó la copa con champagne.
Salud... —dijo el anciano, listo ya para beber ese trago y largarse.
— No no no no... —el joven tomó su regordeta mano vigorosamente impidiendo que la copa llegara a sus labios— No se puede brindar por nada, tenemos que proponer un brindis por algo.
— Este... mmmm... por... no sé... porque el año próximo sea prospero y la paz reine en el mundo, eso —propuso el viejo.
— ¡¡NO!!... —exclamó el joven— tiene que ser algo importante, como por ejemplo: Porque una plaga selectiva erradique el movimiento plancha de la faz de la tierra y que mis enemigos, y a los tuyos también por supuesto, agonicen dolorosamente implorando segundos de alivio antes de perecer desangrados a causa de las múltiples mutilaciones provocadas por sicarios contratados por nosotros con el dinero que ganaremos durante el próximo prospero año nuevo... y... también por la paz mundial.
El viejo enmudeció mientras su semblante palidecía del terror.
Ahora sí, ¡¡Salud!!... —dijo el joven.
Sa... sa... salud —repitió el viejo.
Ambos bebieron, el joven haciendo fondo blanco y el viejo solo humedeciendo los labios con el alcohol.
— Ah no viejito, usted se la toma toda —dijo el muchacho mientras obligaba a la fuerza al anciano a beber— eso eso...
El viejo luchaba para no ahogarse mientras el champagne corría por su garganta como un torrente.
— Así me gusta —sonrió el joven— ahora sí, puede irse en paz mi estimado.
Por un momento cierto alivio se apoderó del anciano al saber que estaría libre de esa tortura. Pero al intentar levantarse, notó que la habitación comenzaba a dar vueltas y perdió el equilibrio volviendo a caer en la silla.
— ¿Qué... que pasa? —preguntó el anciano.
— Ah no te conté... le puse un somnífero al champagne, no te preocupes, en pocos minutos vas a estar inconsciente y no vas a sentir nada...
—¿No voy a sentir nada... nada de que, que me vas a hacer?
Nuevamente el pavor se adueñó de su mente.
—Vos dormí tranquilo abuelito... ya te vas a dar cuenta cuando despiertes, jmjmjmjm...
Pronto la oscuridad tiñó su vista, y perdió la sensibilidad de su cuerpo. Pero pudo escuchar lejanamente por ciertos segundos la risa penumbrosa de aquel joven. Luego la inconsciencia arribó.
Recobró la vista y la sensibilidad gradualmente. No sabía cuanto tiempo había pasado, ni siquiera era capaz de darse cuenta de si aquello que recordaba fue tan solo un mal sueño. Pero al mirar alrededor notó aterrorizado que su pesadilla se había vuelto realidad.
Se encontraba en una húmeda y oscura habitación, desprovista de ventanas y puertas, sin ductos de ventilación visibles. Palpó su cuerpo en busca de heridas, solo para darse cuenta de que estaba completamente desnudo.
También pudo percibir en el ambiente un hedor pútrido, que al despertar no había notado. Se levantó del rincón en el cual se encontraba e intento caminar hacia el otro extremo de la habitación, pero tropezó con un objeto y se desplomó al suelo sin remedio. Tanteó el piso buscando la “cosa” con la que se había topado. Era un objeto de una consistencia desagradable, extraña mezcla entra sólido y gelatinoso. Llevó sus dedos cerca de la nariz para olfatear casi sin darse cuenta. El hedor provenía de ese “objeto”, ese hedor repugnante procedía de “eso”.
En ese momento una luz penetro desde el techo, cegándolo por segundos. Entonces pudo ver lo que era esa cosa.
— Dios santo ¡¡¡un cadáver!!!!. —exclamó.
Pero no era simplemente un cadáver, era el cuerpo sin vida de Baltasar, el tercer rey mago, el moreno, el que dos años antes había desaparecido misteriosamente.
— Mira más allá —la voz del joven se escuchó en lo alto— talvez veas algo más.
El anciano obedeció casi sin quererlo y pudo ver también, otro cuerpo, uno mucho más pequeño a unos pasos del cuerpo del negro Baltasar.
¿Pe... Pérez?...
— El mismo que nunca me dio un mísero centavo por mis dientes de leche. —explicó el joven— y usted señor... correrá la misma suerte.
— ¿Yo por qué yo, qué te he hecho? —cuestionó Santa entre llantos.
— ¡¿Y tenés el descaro de preguntármelo?! —rugió el joven— ¿te parece poco el que año tras año lo único que encuentro en el arbolito son un par de medias de colores o ropa interior, o sino uno de esos lásers boludos que vienen con llavero?... ¡¡¿te parece poco la puta madre?!!... ¡¡¡viejo de mierda mira!!!, ¿qué te cuesta dejarme una tarjeta de memoria para la pc, o algún CD original de lacrimosa, o una puta caja de Lucky Strike que es mas útil que esas mierdas que siempre me dejas?... ¿sabes que?, no me caliento mas, vos te vas a ahogar en tus propios jugos rancios como tus amiguitos de ahí... pero mira el lado bueno, no te vas a sentir solo.
La voz del joven se alejaba entre insultos mientras la luz del techo desaparecía. El viejo Papa Noel se mantenía estupefacto, aun sin creer por lo que estaba pasando. Observó de nuevo los cuerpos exánimes de sus camaradas, imaginando su propio cuerpo siendo devorado por larvas de mosca.
Pero la luz del techo apareció nuevamente y el joven habló una última vez.
— Casi lo olvidaba, hoy es 25 de diciembre, y puedo decir que un poco de espíritu navideño conservo, así que, he aquí mi regalo, para vos con cariño.
El joven dejó caer un objeto cerca del anciano. El viejo se arrimó para ver que era.
Un revolver. Oportuno e irónico paralelamente
El anciano entendió que talvez una muerte repentina fuera mejor que otra a largo plazo motivada por el hambre. Entonces sostuvo el arma temblorosamente y se apunto a la sien lloriqueando. Jaló el gatillo, pero nada paso, solo el chasquido que demostraba que el revolver estaba descargado.
— Ah sí, —aclaró luego el joven— no me dio la plata para las balas, ¿lo dejamos para el año que viene?... jmjmjm... Feliz Navidad.
FIN
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